Allí donde falta el amor, nace el miedo y el aburrimiento.
El amor es arrebato, el amor es entusiasmo, el amor es riesgo.
¿A dónde nos llevan nuestras decisiones?
¿El amor es una decisión?
¿Por qué decidimos amar a ese alguien especial?
¿El amor es un encuentro efímero?
Un amor que se ha vivido entre decisiones y encuentros, vaivenes de emociones disfrutadas por un cuarto de siglo, un amor loco de juventud y con este la desilusión del primer gran amor, amor que dejaría huella por siempre, volviéndose así en un amor eterno; un amor maduro que se ha mantenido con el paso de tiempo, se ha vivido y revivido entre holas y despedidas, experiencias, ilusiones y desilusiones personales.
En esta vida, nada es eterno, nada permanece, todo fluye y retoma su camino tejiendo ese orden natural que tanto nos cuesta asumir a veces. Las personas estamos casi siempre centradas en todo aquello que ocurrió en el pasado y que, de algún modo, se convierte ahora en una dura carga que altera nuestro presente. El respeto por nosotros mismos y por nuestros valores debe anteponerse a cualquier temor o deseo de agradar, porque el amor no lo justifica todo, porque para amar no se debe renunciar a sí mismo. Ésa es la máxima.