Hace unos días un amigo querido me compartió una lectura sobre “la filosofía Kintsugui” es una antigua técnica japonesa que consiste en reparar objetos de cerámica rota utilizando una mezcla de resina y polvo de oro, plata o platino. Pero más allá de ser simplemente una técnica de restauración, el Kintsugi encierra una profunda filosofía de vida.
Aprendamos a revalorizarnos a partir de nuestra historia única y la celebración de nuestros defectos. Sin duda alguna, tenemos un valor por lo que fuimos y por lo que somos en la actualidad, poniendo de manifiesto nuestra transformación. En el camino hemos dejado de ser convencional para convertirnos en algo más. El haber superado y reparado con amor esas cicatrices nos dan un valor añadido dando un significado nuevo y esencial a nuestro autoconcepto.
En un mundo que valora las apariencias impecables y las fachadas inquebrantables, a menudo sentimos la presión de ocultar nuestras cicatrices y debilidades. Sin embargo, es precisamente en la valentía de mostrarlas donde reside nuestra verdadera fortaleza y valor.
Cada cicatriz, cada herida sanada, es un testimonio de nuestra resiliencia y capacidad para enfrentar la adversidad. Nuestras cicatrices cuentan historias de lucha, de superación y de crecimiento. Al mostrarlas, no solo revelamos nuestra humanidad, sino que también abrazamos la belleza de ser auténticas y genuinas.
La filosofía del Kintsugi, esa antigua técnica japonesa que repara la cerámica rota con resina y polvo de oro nos recuerda que nuestras fracturas no son algo que debamos ocultar o sentir vergüenza. Al contrario, al igual que en el Kintsugi, al resaltar nuestras cicatrices con el brillo dorado de nuestra valentía, nos convertimos en obras de arte únicas y valiosas.
Ser vulnerables no es sinónimo de debilidad; es un acto de profunda valentía. Al mostrarnos tal como somos, con nuestras imperfecciones y desafíos, inspiramos a otras mujeres a hacer lo mismo. Creamos un espacio de conexión y comprensión donde la autenticidad es celebrada y la falsedad es desechada.
En estos tiempos, ser una mujer auténtica y valiente es un acto revolucionario. Es una declaración de independencia frente a las expectativas externas y un compromiso con nosotras mismas. Al mostrar nuestras cicatrices y vulnerabilidad, no solo nos empoderamos, sino que también inspiramos a otras mujeres a abrazar su autenticidad y fortaleza.
¿Qué aprendemos con esta filosofía? Apreciación de las cicatrices, resiliencia y fortaleza, aceptación de la imperfección, historia y continuidad, transformación y Renacimiento. Aprendamos entonces a aceptar y celebrar nuestras cicatrices, ver la belleza en la imperfección, fomentar la resiliencia y valorar la continuidad.
Aunque el mundo se encarga de agrietarnos, de llenarnos de fracturas… es aquí donde reside la posibilidad de sobrevivir, cuando la cicatriz se transforma en una ocasión para afrontar el mundo… ¡tu mundo, desde tu óptica y perspectiva!
Hemos aprendido a esconder los defectos por miedo, sobre todo, al de una muerte social. El miedo a que el estigma y la discriminación nos hagan desaparecer. Seamos conscientes y agradecidas de que cada cicatriz se convierte en una oportunidad para afrontar el mundo y la vida desde la fortaleza que habita en nuestro interior.
Recordemos siempre que la verdadera belleza y valor residen en nuestras historias, en nuestras cicatrices doradas, y en la valentía de ser quienes realmente somos.
